lunes, 21 de abril de 2014

Guardiola vive un infierno en el Bayern Múnich EXCLUSIVA

Tres partidos del Bayern sin victoria han servido para que Pep Guardiola sepa dónde se ha metido. La exigencia en el equipo muniqués es máxima después de que Jupp Heynckes le pusiera el listón tan alto que a lo más que puede aspirar es a igualarlo, nunca a superarlo. Por eso el orgullo alemán le exige la perfección, la misma perfección que ofreció el Bayern de Heynckes.
 
Cuentan los más próximos a Pep que se fue del Barça harto de Rosell y sus directivos, que no se entendía con ellos porque querían opinar de lo que no sabían y que echaba de menos en el organigrama blaugrana más profesionalidad. Cuentan también que eligió el Bayern porque quería formar parte de su staff glorioso, con Franz Beckenbauer ejerciendo de presidente de honor, como Cruyff en el Barcelona, con Rummenigge, Hoennes, Sammer...Todos ex futbolistas, todos conocedores del métier, todos con criterio lógico. Lo que no esperaba es que ese entorno del que quiso rodearse, tan profesional, acabara traicionándole. 
 
Que gane la Liga a siete jornadas del final no tiene valor allí para nadie porque la Bundesliga es cosa de uno y el Bayern no tiene oposición. Le han regateado elogios porque no ha hecho más que cumplir con uno de los objetivos por los que se le había fichado. Una vez alcanzado el éxito, Guardiola se ha dedicado a preparar la Champions League reservando a sus jugadores. Y eso no ha gustado a los "profesionales" del club que, a diferencia de lo que sucedía con Rosell, le echan en cara haber puesto en peligro el prestigio de la entidad tirando de suplentes. Nadie en el Barça se atrevió jamás a cuestionar una sola de sus decisiones. En el Bayern una menudencia sirve para poner el tela de juicio los métodos de Pep, que ha perdido el cómodo apoyo de su fiel entorno mediático barcelonés y debe enfrentarse solo, sin coraza, a un ejército mediático que no ve en él a ningún símbolo, como sucedía en Barcelona, sino a un entrenador mercenario que ha llegado a Múnich a llenarse los bolsillos y al que hay que exigir al máximo. No en vano su aterrizaje en Múnich obligó al despido de Heynckes, un hombre querido por todos.
 
El Bayern es un club abierto, transparente, pero Pep Guardiola no sintoniza la onda de tener que dar explicaciones sobre todo lo que hace y debe sorportar las críticas de una prensa que no le perdona que no conceda entrevistas y que disfruta encontrando voces críticas a su labor. Por ejemplo, la de Matthias Sammer, el director deportivo del club, que ha dicho sobre los métdos de Pep: “De vez en cuando hay que elegir un tono más brusco en las charlas”. Hace unas semanas fue Franz Beckenbauer, el Johan Cruyff del Bayern, el que le tocó la cresta públicamente: “Algún día terminaremos jugando como el Barça y no podrás seguir mirando de la desesperación; cuando estén sobre la línea de gol van a tocar otra vez el balón hacia atrás. Espero que no aburran como el Barcelona”. Una crítica directa del presidente de honor que si llega a salir de boca de Sandro Rosell durante la etapa de Pep en el Barça hubiera sido suficiente para montarle una moción de censura. Beckenbauer criticaba a Pep por un gesto de enojo que hizo cuando el ídolo local, Schweinsteiger, decidió lanzar un obús desde 40 metros que fue a las nubes en lugar de acercarse al área combinando con sus compañeros.
 
Y Pep, que no está acostumbrado a que alguien de los suyos cuestione su filosofía, no se cortó en su respuesta a Beckenbauer después de perder en casa con el Borussia Dortmund por 0-3: “Si el club quiere, pues nos damos la mano y me vuelvo a casa". No se recuerda en Guardiola una reacción igual en su época blaugrana. En el Camp Nou se limitaba a poner el suspense en torno a una renovación que iba de año en año. En Múnich ha firmado por tres años, algo que jamás hizo con el equipo de sus amores, y ahora hasta parece dispuesto a romper el contrato si siguen tocándole lo que no suena. Tampoco le perdona el entorno del Bayern que haya cerrado los entrenamientos a los aficionados.Y allí está Pep, relegado a la esquina de una gran mesa presidencial, cuando los directivos del Bayern le invitan a celebrar el Oktoberfest. Ha dejado de ser el personaje central para ocupar la silla de la esquina que nadie quiere.
 
La relación Pep Guardiola - Bayern Munich empieza a ofrecer signos de ruptura. En realidad Pep está en Múnich de paso. Está esperando a que el Barça que él dejó acabe de derrumbarse por el paso de los años para volver a solucionarlo con los suyos: Laporta, Cruyff, Sala i Martín y Roures. Mientras tanto, algo tenía que hacer, y la vida le ha llevado a Alemania. Que no le incordien mucho, porque el día menos pensado se lía la manta a la cabeza, se toma otro año sabático y prepara su desembarco en el Barça para empezar de cero un nuevo ciclo.
 
No deja de ser curioso que Guardiola tenga problemas de entendimiento con los ex futbolistas que rigen los destinos del Bayern. Él, que pensaba que Sandro Rosell era lo peor de lo peor. En Múnich ha descubierto que los que saben de fútbol quieren opinar y no le van a dejar pasar una que no esté de acuerdo con su filosofía. Es algo así como tener a tres o cuatro Cruyffs opinando en su contra cada día. Eso no lo soporta ni Guardiola.

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